Con cara de perdido salí a dar una vuelta. Con cara de contento respiré el aire de ese frío y despejado martes a la mañana por el parque. Con cara de oportunista me senté en un banco libre, bastante alejado del resto. Con cara de aburrido miré para todos lados hasta que con cara de aventurero la vi acercándose. Según su cara, puedo afirmar que también me miró.
Con nervios, puse una tímida cara de hola. Ella puso la misma cara, supe que el saludo estaba procesado. Puse cara de cómo te llamás, y ella puso cara de Florencia. Yo puse cara de Federico. Ambos pusimos cara de cuántos años tenés, y nos contestámos nuevamente al mismo tiempo. Sonreímos con cara de choque los cinco e impactamos las palmas en el aire. Su mano fue agradable y se lo dije con la cara. Mis gestos se pusieron más amables aún y puse cara de te quiero tomar de esa mano. Ella aceptó y puso cara de querer sentarse en el pasto. Yo puse cara de que me parecía buena idea y caminamos hacia un lugar cómodo con caras de charla entretenida.
Nos miramos un largo rato con cara de conociéndonos bastante. Ella sonrió y puso cara de que le caí bien. Yo puse cara de quiero verte mañana y ella me contestó con cara de que mañana no podía. No quise poner cara de verla pasado mañana porque me pareció asfixiante, así que puse cara de qué pena. Ella puso la misma cara, pero al instante la cambió por una de tengo el jueves libre. Yo puse cara de que también podía y sonreí por dentro de costa a costa. Ella me agarró de la mano y pusimos cara de seguir charlando. Se acercó el mediodía y noté su cara de tener que irse. Puse cara de parece que te conozco de toda la vida y ella sonrió modestamente. Puse cara de pasáme tu teléfono y ella puso cara de yo lo anoto en el tuyo. Se lo dí y lo archivó artísticamente. Nos besamos como despedida y puse cara de hablamos luego pero nos vemos el jueves. Ella puso cara de que le parecía regio. Nos alejamos cada cuál por un camino distinto, mirándonos con cara de diciéndonos algo a la distancia. Cuando ya estaba casi irreconocible, le puse cara de hasta pronto. Ella puso cara de no te entiendo. Yo la expresé más, pero seguía sin entender. Desde setenta metros le grité “hasta luego”. Ella contestó con un fuerte “¿qué?”. Yo repetí mi despedida, pero otra vez no me escuchó. Finalmente decidí alejarme con cara de qué sorda es.
sábado, 28 de junio de 2008
domingo, 22 de junio de 2008
El día que jugué para Boca
No formo parte del plantel, no voy a entrenar todos los días, no conozco personalmente a los jugadores y ni siquiera soy hincha de Boca. Pero tuve la suerte de jugar un partido.
Fue en la cancha de Newell’s, donde oportunamente hacía de local, frente a Gimnasia de La Plata. Era de noche. Lo sé porque estaban encendidas las torres de iluminación. Había mucha gente, lo sé porque apenas entré, lo primero que hice fue mirar a las tribunas. Estaban repletas. En lo personal me sentía desprolijo. No me decidía por la altura de las medias y la camiseta me quedaba notoriamente grande. Además no me había afeitado, con barba me da la sensación de que juego peor. Pero ya estaba ahí.
El hecho de no formar parte del plantel y no conocer personalmente a los jugadores me jugó en contra. En vez de posicionarme en la cancha antes de empezar el partido, fui a saludar a Battaglia y a Riquelme. No me dieron mucha bola.
Sin haber hablado con nadie previamente, sabía que iba a ocupar el mediocampo, por la derecha. Que raro pensaba yo, nunca jugué ahí. Pero bueno, podía ser, porque tampoco había jugado nunca en Boca y ahí me encontraba.
Estaba por darle una palmada en el hombro a Riquelme, para hacerle creer que no estaba nervioso y mostrarle mi seguridad con mi mano cuando el árbitro arrancó el cotejo. Fui corriendo hacia la derecha y empecé a pedir el esférico. Estaba jugando, yo, ¡y no le avisé a nadie!, me lamentaba.
Los primeros instantes del encuentro me tuvieron un poco excluido del juego. No me pasaban la pelota. Yo la pedía a gritos, pero tal vez los ruidos de las tribunas no me dejaban expresar.
Recuerdo que el primer contacto que hice con el balón fue por un pase del arquero. Lo llamativo fue que lo hizo Navarro Montoya, y él ya no juega más en Boca. Pero no iba a ser tan inoportuno de preguntarle qué hacía en el arco al Mono en ese instante, y por eso decidí recibir la pelota, bien calladito, dispuesto a protegerla.
Apenas me llegó el pase me di cuenta de mi estado físico. Era lamentable. Impreciso como pocos estaba, y me costó bastante darme vuelta. Cuando me avivé ya era tarde. Estaba en la puerta de nuestra área, y no recuerdo quién, pero posiblemente su número 11, pasó como un tranvía veloz, me sacó la pelota, y disparó al arco. Por suerte para mí y para el equipo, se fue dos metros por encima del travesaño.
Levanté la mano pidiendo disculpas, y el Negro Ibarra me tocó el hombro. Eso me alegró bastante. Fui corriendo a la izquierda rápidamente, casi tanto como lo que demoré en pasarme a la derecha de nuevo, mi verdadera ubicación.
Pese a mi confianza personal, no tuve muchas oportunidades de demostrarla. El tiempo transcurría velozmente y Riquelme parecía enojado. Le quise preguntar si tenía algún problema conmigo, pero malhumorado me mandó a la barrera en un tiro libre. “En el vestuario lo charlo”, pensé.
El partido estaba 0 a 0 con pocas situaciones de gol, hasta que llegó un momento clave en el encuentro. Un contrataque nuestro estaba bien armado. Guillermo Barros Schelotto llevaba la pelota – también le iba a preguntar qué hacía ahí, ya que no juega más en Boca-, Palermo lo seguía a toda su velocidad por el centro de la cancha. Eran dos contra dos.
Y fue ahí que la palmada de Ibarra me despertó. Fue ahí que dije: “Esta es mía”. Comencé a correr como nunca. Movía las piernas sin importarme que estaba exhausto. Parecía un colectivo atrasado dispuesto a pasar en amarillo, pese a que el rojo era ineludible.
Lo alcancé a Guillermo, portador del balón, situado a 4 metros del área, y tomé la decisión de pasarlo en velocidad, por su derecha, mientras gritaba: ¡¡Guilleeee!!.
Me la tiró larga, seguí corriendo junto con un defensor que me seguía de atrás, tratando de agarrarme de la camiseta. ¡Si me tocas me tiro! Le grité decidido y un poco enojado. Pero yo ya sabía qué iba a ser. Mi jugada ya tenía destino. Palermo estaba solo en el área. Le mandé el centro de derecha al ras del piso (reconozco que me salió un tiro pifiado), que le quedó un poco atrás, situación que lo hizo definir de rabona. La pelota salió débil pero bien dirigida y se metió en el primer palo, abajo, en un rincón, haciendo casi inútil la estirada del arquero de Gimnasia. Era el 1 a 0. Un furor interno se apoderó de mi.
La gente comenzó a gritar el gol, y yo también. Lo abracé a Guillermo que no mostraba tanta felicidad. Yo sí, yo estaba en las nubes. “¡Este tiene un ojete últimamente! ¡Mirá el gol que hizo!”, le dije a Barros Schelotto sobre el autor del gol. Y mientras iba a la mitad de la cancha, el árbitro finalizó el primer tiempo.
Nos dirigimos a los vestuarios y todos me miraban simpáticamente. Hasta Riquelme me preguntó mi nombre. Eran todos comentarios alegres. Yo traté de ser un poco humilde, y arremetí con un: “No se por qué me puso Basile (Otra cosa que me llamó la atención, porque Basile ya no es más el técnico), le dije que estaba impreciso”. Con una sonrisa cómplice. Pero en el fondo sabía que era la estrella, estaba convencido que mi jugada había sido de otro partido.
Para el segundo tiempo no ingresé, tal vez me notaron cansado, a lo mejor el técnico se enojo al ver que me estaba afeitando frente al espejo para ser el primer futbolista en afeitarse en el entretiempo de un partido, o quizás simplemente querían retirarme en la gloria. Yo no estaba dispuesto a eso, y semejante actuación me dio ánimos para convocarme a la selección, en un partido frente a Inglaterra. Y acá sí me iba a consagrar, acá estaba dispuesto a soñar un gol mío.
Fue en la cancha de Newell’s, donde oportunamente hacía de local, frente a Gimnasia de La Plata. Era de noche. Lo sé porque estaban encendidas las torres de iluminación. Había mucha gente, lo sé porque apenas entré, lo primero que hice fue mirar a las tribunas. Estaban repletas. En lo personal me sentía desprolijo. No me decidía por la altura de las medias y la camiseta me quedaba notoriamente grande. Además no me había afeitado, con barba me da la sensación de que juego peor. Pero ya estaba ahí.
El hecho de no formar parte del plantel y no conocer personalmente a los jugadores me jugó en contra. En vez de posicionarme en la cancha antes de empezar el partido, fui a saludar a Battaglia y a Riquelme. No me dieron mucha bola.
Sin haber hablado con nadie previamente, sabía que iba a ocupar el mediocampo, por la derecha. Que raro pensaba yo, nunca jugué ahí. Pero bueno, podía ser, porque tampoco había jugado nunca en Boca y ahí me encontraba.
Estaba por darle una palmada en el hombro a Riquelme, para hacerle creer que no estaba nervioso y mostrarle mi seguridad con mi mano cuando el árbitro arrancó el cotejo. Fui corriendo hacia la derecha y empecé a pedir el esférico. Estaba jugando, yo, ¡y no le avisé a nadie!, me lamentaba.
Los primeros instantes del encuentro me tuvieron un poco excluido del juego. No me pasaban la pelota. Yo la pedía a gritos, pero tal vez los ruidos de las tribunas no me dejaban expresar.
Recuerdo que el primer contacto que hice con el balón fue por un pase del arquero. Lo llamativo fue que lo hizo Navarro Montoya, y él ya no juega más en Boca. Pero no iba a ser tan inoportuno de preguntarle qué hacía en el arco al Mono en ese instante, y por eso decidí recibir la pelota, bien calladito, dispuesto a protegerla.
Apenas me llegó el pase me di cuenta de mi estado físico. Era lamentable. Impreciso como pocos estaba, y me costó bastante darme vuelta. Cuando me avivé ya era tarde. Estaba en la puerta de nuestra área, y no recuerdo quién, pero posiblemente su número 11, pasó como un tranvía veloz, me sacó la pelota, y disparó al arco. Por suerte para mí y para el equipo, se fue dos metros por encima del travesaño.
Levanté la mano pidiendo disculpas, y el Negro Ibarra me tocó el hombro. Eso me alegró bastante. Fui corriendo a la izquierda rápidamente, casi tanto como lo que demoré en pasarme a la derecha de nuevo, mi verdadera ubicación.
Pese a mi confianza personal, no tuve muchas oportunidades de demostrarla. El tiempo transcurría velozmente y Riquelme parecía enojado. Le quise preguntar si tenía algún problema conmigo, pero malhumorado me mandó a la barrera en un tiro libre. “En el vestuario lo charlo”, pensé.
El partido estaba 0 a 0 con pocas situaciones de gol, hasta que llegó un momento clave en el encuentro. Un contrataque nuestro estaba bien armado. Guillermo Barros Schelotto llevaba la pelota – también le iba a preguntar qué hacía ahí, ya que no juega más en Boca-, Palermo lo seguía a toda su velocidad por el centro de la cancha. Eran dos contra dos.
Y fue ahí que la palmada de Ibarra me despertó. Fue ahí que dije: “Esta es mía”. Comencé a correr como nunca. Movía las piernas sin importarme que estaba exhausto. Parecía un colectivo atrasado dispuesto a pasar en amarillo, pese a que el rojo era ineludible.
Lo alcancé a Guillermo, portador del balón, situado a 4 metros del área, y tomé la decisión de pasarlo en velocidad, por su derecha, mientras gritaba: ¡¡Guilleeee!!.
Me la tiró larga, seguí corriendo junto con un defensor que me seguía de atrás, tratando de agarrarme de la camiseta. ¡Si me tocas me tiro! Le grité decidido y un poco enojado. Pero yo ya sabía qué iba a ser. Mi jugada ya tenía destino. Palermo estaba solo en el área. Le mandé el centro de derecha al ras del piso (reconozco que me salió un tiro pifiado), que le quedó un poco atrás, situación que lo hizo definir de rabona. La pelota salió débil pero bien dirigida y se metió en el primer palo, abajo, en un rincón, haciendo casi inútil la estirada del arquero de Gimnasia. Era el 1 a 0. Un furor interno se apoderó de mi.
La gente comenzó a gritar el gol, y yo también. Lo abracé a Guillermo que no mostraba tanta felicidad. Yo sí, yo estaba en las nubes. “¡Este tiene un ojete últimamente! ¡Mirá el gol que hizo!”, le dije a Barros Schelotto sobre el autor del gol. Y mientras iba a la mitad de la cancha, el árbitro finalizó el primer tiempo.
Nos dirigimos a los vestuarios y todos me miraban simpáticamente. Hasta Riquelme me preguntó mi nombre. Eran todos comentarios alegres. Yo traté de ser un poco humilde, y arremetí con un: “No se por qué me puso Basile (Otra cosa que me llamó la atención, porque Basile ya no es más el técnico), le dije que estaba impreciso”. Con una sonrisa cómplice. Pero en el fondo sabía que era la estrella, estaba convencido que mi jugada había sido de otro partido.
Para el segundo tiempo no ingresé, tal vez me notaron cansado, a lo mejor el técnico se enojo al ver que me estaba afeitando frente al espejo para ser el primer futbolista en afeitarse en el entretiempo de un partido, o quizás simplemente querían retirarme en la gloria. Yo no estaba dispuesto a eso, y semejante actuación me dio ánimos para convocarme a la selección, en un partido frente a Inglaterra. Y acá sí me iba a consagrar, acá estaba dispuesto a soñar un gol mío.
lunes, 16 de junio de 2008
Técnicas
Aburrido, mirando por la ventana de mi casa, me imaginé en la calle imaginándome en un bar, charlando con un viejo amigo:
- El otro día lo vi a Ricardo, está cambiado che.
- ¿Lo saludaste?
- Sí
- ¿Tenía alguna novedad?
- Le pregunté cómo andaba, qué era de su vida…
- ¿Y que te respondió?
- Me sonrió, me dio una palmada en el hombro, y me robó la billetera.
Tras esa conversación fruncí el seño, deje de figurarme en el bar desde la calle, y me toqué el bolsillo trasero. No tenía la billetera. Dejé de imaginarme en la calle desde mi casa, me palpé otra vez y nuevamente, sin billetera. Renuncié a la imaginación y comencé a buscar mi pérdida por la casa, pero fue en vano, había desaparecido.
Aturdido decidí volver a los lugares en los que estuve. Me recordé en el bar y en la calle otra vez, pero no tuve rastros de ella. Me imaginé en la casa de mi amigo, la busqué por todos lados, y nada. Hice lo mismo en el domicilio de mi madre y tampoco la encontré. Finalmente, atónito, me di por vencido.
La nueva técnica de Ricardo para robar en imaginaciones ajenas era contundentemente infalible y desconcertante.
- El otro día lo vi a Ricardo, está cambiado che.
- ¿Lo saludaste?
- Sí
- ¿Tenía alguna novedad?
- Le pregunté cómo andaba, qué era de su vida…
- ¿Y que te respondió?
- Me sonrió, me dio una palmada en el hombro, y me robó la billetera.
Tras esa conversación fruncí el seño, deje de figurarme en el bar desde la calle, y me toqué el bolsillo trasero. No tenía la billetera. Dejé de imaginarme en la calle desde mi casa, me palpé otra vez y nuevamente, sin billetera. Renuncié a la imaginación y comencé a buscar mi pérdida por la casa, pero fue en vano, había desaparecido.
Aturdido decidí volver a los lugares en los que estuve. Me recordé en el bar y en la calle otra vez, pero no tuve rastros de ella. Me imaginé en la casa de mi amigo, la busqué por todos lados, y nada. Hice lo mismo en el domicilio de mi madre y tampoco la encontré. Finalmente, atónito, me di por vencido.
La nueva técnica de Ricardo para robar en imaginaciones ajenas era contundentemente infalible y desconcertante.
miércoles, 11 de junio de 2008
Confusión
Cómo una sola palabra te desconcierta un rato.
8 am: suena el teléfono.
- Federico: ¿hola?
- Tía abuela: ¡hola!...¿Adriana?
- Federico: ...
- Tía abuela: ¿hola?
- Federico: ...
- Tía abuela: ¿hola?
- Federico: ho...ruido fingido....hol....¿hola? ¿quién habla?
- Tía abuela: ¡hola!, habla Chiche, ¿Fede?, ¿cómo estás?
Y puede pasar...mi tía abuela es un poco sorda y tal vez no me escuchó...o realmente estoy cambiando la voz...para mal...
Por las dudas la próxima atiendo con la voz de rambo.
8 am: suena el teléfono.
- Federico: ¿hola?
- Tía abuela: ¡hola!...¿Adriana?
- Federico: ...
- Tía abuela: ¿hola?
- Federico: ...
- Tía abuela: ¿hola?
- Federico: ho...ruido fingido....hol....¿hola? ¿quién habla?
- Tía abuela: ¡hola!, habla Chiche, ¿Fede?, ¿cómo estás?
Y puede pasar...mi tía abuela es un poco sorda y tal vez no me escuchó...o realmente estoy cambiando la voz...para mal...
Por las dudas la próxima atiendo con la voz de rambo.
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